Dioses, tumbas y sabios by C. W. Ceram

Dioses, tumbas y sabios by C. W. Ceram

Author:C. W. Ceram
Format: mobi
ISBN: 9788423308675
Publisher: Destino
Published: 1999-11-14T23:00:00+00:00


Capítulo XXI

LA PRUEBA DEFINITIVA

En el año 1837, el comandante inglés Henry Creswicke Rawlinson, destacado en Persia, con ayuda de un juego de poleas se descolgó por una alta roca, situada cerca de Behistún, arriesgándose con el solo fin de copiar una inscripción grabada sobre la piedra.

Rawlinson, como Botta, supo aunar su afición por la asiriología con su vida habitual de político y hombre de mundo.

Su vida fue tan azarosa como lo fue pacífica la de Grotefend. Su interés hacia Persia surgió de un encuentro casual. A los diecisiete años de edad era cadete y se hallaba a bordo de un buque que, doblando el cabo de Buena Esperanza, iba camino de la India. Para distraer a los pasajeros en su pesado viaje de varios meses, ocurriósele publicar un periódico a bordo. A uno de los pasajeros, sir John Malcolm, gobernador de Bombay y orientalista famoso, le llamó la atención aquel joven y dinámico redactor, y pasó hablando con él muchas horas, naturalmente sobre lo que a Malcolm más le interesaba, que era la historia, el idioma y la literatura persas. Tales conversaciones determinaron la afición particular de Rawlinson hasta el fin de su vida, incluso en los momentos en que más le preocuparon las tareas políticas.

Rawlinson nació en 1810, y dieciséis años después sentó plaza como militar en la East Indian Company. En 1833 se hallaba en Persia como comandante; en 1839 era agente político en Kandahar, Afganistán; en 1843 fue nombrado cónsul en Bagdad; en 1851, cónsul general, siendo al mismo tiempo ascendido al grado de teniente coronel. En 1856 regresó a Inglaterra, fue elegido diputado y el mismo año le nombraron consejero en la East Indian Company. En 1859 ascendió a la categoría de embajador, siendo enviado a Teherán. De 1865 a 1868 ocupó un escaño en los Comunes.

Cuando empezó a preocuparse por las escrituras cuneiformes se basó en las mismas placas que había utilizado Burnouf. Y sucedió un fenómeno asombroso: sin tener la menor noción de los trabajos de Grotefend, Burnouf y Lassen, la primera cosa que descifró de modo muy parecido al de Grotefend fueron los nombres de los tres reyes Darayawaush, grafía persa antigua del nombre de Darío, de Ksayarsa y Vistaspa. También descifraría otros cuatro nombres así como algunas palabras que no sabía leer con seguridad. Y cuando, en el año 1836, cayeron en sus manos por vez primera las publicaciones de Grotefend, comparando su alfabeto con el del pequeño maestro de Gotinga, vio que le había superado.

Lo que necesitaba ahora eran inscripciones con nombres y más nombres.

En la región de Bagistana, sagrada desde tiempos remotísimos, el «paisaje de los dioses», en la antigua ruta mercantil de Hamadan a Babilonia por Kermanchak, existe una cadena de montañas de la que sobresalen dos cimas rocosas que se elevan pronunciadamente.

Hace unos dos mil quinientos años, Darío, el rey de los persas -Darayawaush, Dorejawosch, Dará, Darab, Dareios son distintas formas del mismo nombre-, hizo colocar en un declive situado a más de cincuenta metros sobre el fondo del valle imágenes e inscripciones en alabanza de su persona, sus obras y sus victorias.



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